ÍNDICE DEL GULMONT


de los artículos incorporados a los distintos 'blogs' del Grupo Universitario Laboral de Montaña, con otras NOTICIAS actuales.



lunes, 13 de mayo de 1996

1958 - 1963. BICHOS de Córdoba.

     Jamás vi fauna tan rica como la que pude observar y tener, a veces en vejatoria cautividad, en frascos, cajas de zapatos y hasta en el cajón de mi silla-mesilla de noche, mientras duró mi estancia de cinco cursos consecutivos, en Córdoba. La zoología era por entonces y quizá lo fuera durante toda mi infancia, el mayor de los alicientes que tuve.

     Ciertamente, algunos bichos me hicieron pasar malos ratos. Yo amanecía con frecuencia sin poder abrir los ojos, de hinchados que tenía los párpados. Parecía aquel boxeador asistido por un ángel cansino. Los mosquitos se cebaban en mí y no podía presentarles una válida estrategia defensiva, cuando la espiral del agudo zumbido enfilaba en barrena sobre mi cara, que se alternaba entre zambullidas en el horno que se formaba bajo la sábana y la desguarnecida libertad de una relativa frescura que la noche intercambiaba levemente a lo ancho de la ventana abierta de par en par. La invención de las mosquiteras no parece que hubiera llegado aún a aquel lugar, o al menos jamás habían aparecido en las listas del ajuar del que se dotaba a los alumnos de la Universidad Laboral. Conocíamos su exótica existencia gracias a películas como "Mogambo".

     A José Ignacio, por el contrario, no parecían afectarle los insectos, con los cuales convivía sin problemas. A pesar de lo cual creo que tenía un cierto magnetismo para atraer hacia sí al más variado muestrario de los artrópodos que generosamente poblaban aquella tierra de pesado calor primaveral y otoñal, que eran los que por razones de la duración del curso, debíamos soportar. 
     Recuerdo una araña colgada de la solapa de su cazadora, cuando salíamos de una pequeña cueva en la Sierra de Cabra, y de la que, a la luz de la llama del carburo, brillaba el oblongo abdomen grande como una aceituna gordal, terso y negro.  O una escolopendra dorada que se le deslizaba por el cuello de la camisa, mientras charlábamos sentados a la sombra poco densa de un moral. Tan ancha era y tan lenta de movimiento en el momento en que se la vi, que me pareció una llamativa corbata. Nunca se la había visto puesta y afortunadamente caí rápidamente en la cuenta de que precisaba de un certero manotazo.

 
[Mi ensayo memorístico quedó interrumpido en este punto].

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