Jamás vi fauna tan rica como la que pude observar y tener, a
veces en vejatoria cautividad, en frascos, cajas de zapatos y hasta en el cajón
de mi silla-mesilla de noche, mientras duró mi estancia de cinco cursos
consecutivos, en Córdoba. La zoología era por entonces y quizá lo fuera durante
toda mi infancia, el mayor de los alicientes que tuve.
Ciertamente, algunos bichos me hicieron pasar malos ratos. Yo
amanecía con frecuencia sin poder abrir los ojos, de hinchados que tenía los
párpados. Parecía aquel boxeador asistido por un ángel cansino. Los mosquitos
se cebaban en mí y no podía presentarles una válida estrategia defensiva,
cuando la espiral del agudo zumbido enfilaba en barrena sobre mi cara, que se
alternaba entre zambullidas en el horno que se formaba bajo la sábana y la
desguarnecida libertad de una relativa frescura que la noche intercambiaba
levemente a lo ancho de la ventana abierta de par en par. La invención de las
mosquiteras no parece que hubiera llegado aún a aquel lugar, o al menos jamás
habían aparecido en las listas del ajuar del que se dotaba a los alumnos de la
Universidad Laboral. Conocíamos su exótica existencia gracias a películas como
"Mogambo".
A José Ignacio, por el contrario, no parecían afectarle los
insectos, con los cuales convivía sin problemas. A pesar de lo cual creo que
tenía un cierto magnetismo para atraer hacia sí al más variado muestrario de
los artrópodos que generosamente poblaban aquella tierra de pesado calor
primaveral y otoñal, que eran los que por razones de la duración del curso,
debíamos soportar.
Recuerdo una araña colgada de la solapa de su cazadora, cuando
salíamos de una pequeña cueva en la Sierra de Cabra, y de la que, a la luz de
la llama del carburo, brillaba el oblongo abdomen grande como una aceituna gordal,
terso y negro. O una escolopendra dorada
que se le deslizaba por el cuello de la camisa, mientras charlábamos sentados a
la sombra poco densa de un moral. Tan ancha era y tan lenta de movimiento en el
momento en que se la vi, que me pareció una llamativa corbata. Nunca se la
había visto puesta y afortunadamente caí rápidamente en la cuenta de que
precisaba de un certero manotazo.
[Mi ensayo memorístico
quedó interrumpido en este punto].
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