ÍNDICE DEL GULMONT


de los artículos incorporados a los distintos 'blogs' del Grupo Universitario Laboral de Montaña, con otras NOTICIAS actuales.



sábado, 12 de marzo de 2011

El Cinco de Bastos

Cuando se encuentran dos veteranos con vivencias juveniles comunes, parecen reblandecerse los terrones apisonados por el rodillo de piedra del tiempo transcurrido. Bajo la lisa y desierta superficie de tierra estéril, reverdecen los brotes de unas semillas aparentemente muertas, secas, que esconden recuerdos con los que se pueden reconstruir historias.

Rodolfo mencionó al "Apóstol" y la mesa del Gulmont. Yo recordé un apunte de mi diario de 1962 y lo busqué:



13 de octubre de 1962.

Toma de posesión de la nueva Sala Gulmont.

16 de octubre de 1962.

Subida de la gran mesa del Gulmont a la sala principal. Se quería subirla entera, pero solo una pata llegó colocada en su sitio. Las paredes y el techo de la escalera quedaron hechos una ful.


El Cinco de Bastos


Rodolfo recordaba que “El Apóstol”, que fue jefe del Gulmont, se empeñó en transportar de una pieza la mesa construida por el carpintero y sus compadres, en la sección correspondiente a su oficio de los talleres generales. Habían aprovechado un viejo tablero enorme que, muy probablemente, pudo haber sido expositor de planos y diagramas en alguna visita del Inauguradorísimo, y le habían aplicado cinco pies de troncos recogidos en un monte cercano al canal tras una tala realizada por los operarios de la finca. La quinta pata, central, complementaba a las cuatro clásicas con las que cuentan casi todas las mesas, y era imprescindible para que el largo tablero no se arquease por su propio peso mas el de los papeles, libros y material diverso que se pudiera colocar sobre ella. La mesa hizo su trayecto íntegra, llevada en andas por una nutrida comitiva de voluntarios, hasta la puerta trasera del colegio San Álvaro, pasando la puerta de cristal que, por ser de dos hojas, se abrió sin dificultad para darnos paso franco. Pero llegados a la escalera estrecha que daba acceso a la primera planta en la que se hallaba el local del Gulmont, la cosa cambió de cariz. Con sus cinco patas, la mesa pesaba sesenta kilos, si no más, y el tablero era poco flexible. Las paredes de la escalera quedaron marcadas de rozones y arañazos inevitables y la entrada triunfal en nuestra sede no se realizó con toda la gloria que merecía nuestro rústico mueble, sino que se hizo por partes y patas. Pero finalmente dispusimos de una digna mesa para el foro de nuestros debates más cívicos.


Ser autodidactas es, estoy convencido, el ejercicio educativo más eficiente. Después de tener que desmontar cuatro de las cinco patas de nuestra mesa descomunal, llegamos a la evidencia de las dimensiones de nuestro objeto y de las dimensiones que permitía el hueco de la escalera, independientes ambas de los juegos malabares que intentamos, buscándole al objeto la posición más adecuada. Eso fue un proceso autodidáctico: aplicar nuestra propia experiencia, antes de entender el legado de otros autodidactas precursores nuestros, los que nos habían dejado consejos, apuntes, libros escritos con letra de imprenta y testamentos técnicos y científicos. Desde entonces aprendimos a medir, antes de iniciar cualquier proceso costoso. Y a estudiar lo que otros sabían, concretamente, de aquello en lo que nuestra observación directa se quedaba corta.


Particularmente, yo mismo pude constatar esta realidad años más tarde, después de haber suspendido bastantes veces la asignatura de matemáticas. Descubrí la utilidad de la trigonometría cuando, habiéndome perdido reiteradamente en los laberintos subterráneos de Ojo Guareña, decidí hacer la topografía de aquellos antros para poder llevar a mano un plano que me guiase. Así, sobre la marcha, tuve que aplicar a mis dibujos la teoría y las técnicas que nunca había entendido y conseguí al fin ver en tres dimensiones la maraña de galerías que me envolvía.


Ser autodidactas fue una actitud especial que adoptamos mucho en el Gulmont, aunque el aprendizaje de las cosas fuera más lento que por los medios habituales. Pero los días, entonces, aún se medían en días, como siempre había sido.

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