En el verano de 1961, el Gulmont
hizo sus primeras campañas fuera de Córdoba. Ya habíamos pisado las entrañas de las
Cuevas de Atapuerca, pero aún nos quedaban muchos fenómenos naturales por descubrir.
Ojo Guareña estaba en nuestros planes, pero aún se encontraba muy distante, al
Norte. A la Sima de Cabra, en Córdoba, le faltaban pocos meses para que le
hiciéramos nuestra primera visita.
Más cerca, en nuestro campo
estival, teníamos el Castillo de Burgos, donde existían unas enigmáticas cuevas artificiales que se nos mostraban como los restos de fantásticas excavaciones de
los moros del medioevo. Tratábamos de recomponerlas con el lápiz sobre nuestros
papeles y descifrar el significado de su esencia, que aún bailaba en nuestra imaginación
y se escapaba de la investigación posible a nuestros diecisiete años.
Habíamos pasado en las galerías
una mañana de un domingo. Al bajar para regresar a casa y al pasar por el paseo
del Espolón, vimos una extraña concurrencia de gente alrededor de una esbelta
figura femenina que sobresalía por encima de todas las cabezas.
Reconocí a una paisana mía,
admirada en ocasiones en la incipiente Televisión y en algunas comedias
relatadas por parientes o amigos que habían podido asistir a ellas, más que
presenciadas por mí.
Llevaba en la bolsa de los
trastos la máquina fotográfica. Dudé sobre mi legitimidad para
robarle una imagen, pero mis compañeros me empujaron, de modo que aproveché la
presencia de Mary
Santpere en el Espolón, ante nosotros. Mary, simpática y siempre dispuesta,
hizo todo lo demás, facilitándome una toma para la memoria. Gràcies, maca!
No hay ningún motivo especial para sacar a la luz este recorte de periódico hoy, veinticuatro años después del fallecimiento de Mary Santpere, pero estoy haciendo inventario de la documentación acumulada y me parece oportuno hacerlo ahora que ha salido, para que no quede perdido y porque es una oportunidad de relacionar mis comienzos espeleológicos con el mundo del arte. Que del aire respiramos todos.
Ya saldrán más cosas.
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